A veces me desvanezco entre pensamientos y permanezco ahí un tiempo, con la mirada perdida, fija en algún recuerdo que no me quiere dejar ir. No entiendo si es costumbre, si es rutina o si qué, pero lo cierto es que nos cuesta desapegarnos de algo que elige no estar más ahí. Si callo lo que pienso es porque ya lo pensé demasiado, y si escondo lo que callo es porque no llega a ningún lado. Me aferro al papel como si fuese aliado, como si fuese amigo. Entiendo que no me falta nada, y lo que me sobran son suspiros; son promesas, son expectativas, son ganas. Pero qué gano si ya no me da la gana. Escucharse también es aprender a irse de donde alguna vez encontramos paz. Aprender a irse es sentirse, es replegarse en pensamientos transeúntes e inmóviles a la vez. Aprender a irse también es aprender a volver.